27.2.20

Buen día Dios.
Hoy necesito que existas.

22.2.20

Dijo Houellebecq que dijo Paltón que dijo Aristófanes las palabras que fundan nuestra desgracia:

"Así pues, cuando se tropiezan con aquella verdadera mitad de sí mismos (tanto el amante de los muchachos como cualquier otro), entonces sienten un maravilloso impacto de amistad, de afinidad y de amor, de manera que no están dispuestos, por así decirlo, a separarse ni siquiera un instante. Y los que pasan la vida entre mutua compañía son éstos, que ni siquiera sabrían decir qué es lo que quieren obtener unos de otros. Nadie, en efecto, podría creer que lo que pretenden es la unión en los placeres sexuales, y es ése precisamente el motivo por el que el uno se complace en la compañía del otro con tan gran empeño. Al contrario, el alma de cada uno es evidente que desea otra cosa que no puede decir con palabras, sino que adivina lo que desea y lo expresa enigmáticamente."

20.2.20

una maldición turca
como quien dice andate a la mierda:
ojalá te enamores

18.2.20

Dispersa es la palabra.
Busco en los dibujos, en el cuaderno. Preferiría que no fuera en mis sueños.
Tres pesadillas seguidas, con dientes permanentes que se caen, pérdidas de objetos, de rumbos.
Una pendiente tan brusca que una vez bajada no se puede volver a subir, caminos de arena, lluvia y policías.
Despierta me preguntan que cómo pueden gustarme los poemas de F. Dicen todo el tiempo 'corazón' y 'alma'. Por eso me encantan. Yo jamás me lo permitiría.

6.2.20

Un recuerdo persiste desde la playa. Apenas salpicado por las olas veo lejos un perro enano y casi blanco, como un pekinés albino. Tenía una forma tan elegante de estar parado y una mirada tan profunda y seria que dije sin pensar: Ese perro debió haber sido una persona muy importante. Que mandó a muchos a la muerte, para descender según la versión kármica, de la categoría de humano a la de animal doméstico. Un gran hombre, aunque cruel. Conserva la firmeza en el porte y el ceño de quien piensa en cosas trascendentes. Acentuando la primera sílaba hasta casi hacer desaparecer la segunda, lo llamo: "Winston". Gira la cabeza hacia mi lado, se aleja del agua. Vuelvo a llamarlo "Winston Churchill". Es él, viene a mi y unos metros antes de estar a mi alcance va hacia su dueño. Cada vez que lo llamo me mira pero no se acerca. Creo que le gusta que lo haya reconocido, pero también que sea la única. El anonimato es siempre preferible.